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Cuerpo de esta sombra

Lucía Vidales

Y si te es, faltarte aquí

el alma, cosa importuna,

me puedes tú infundir una

de tantas como hay en ti:

que como el alma te di,

y tuyo mi ser se nombra,

aunque mirarme te asombra

en tan insensible calma,

de este cuerpo eres el alma

y eres cuerpo de esta sombra.

Juana Inés de la Cruz

La pintura es una cosa mental y lo mental es divino; de ahí que lo que observamos sea solamente un límite imposible de decir. Las dimensiones espirituales vinculadas a una concepción mitológica de la humanidad y a la poesía articulan la propuesta de Lucía Vidales (Ciudad de México, 1986) que trasciende a las posibles narrativas sugeridas de sus cuadros. Las sombras de los cuerpos de Lucía son la sombra de la propia historia de la pintura; sus rasgos formales y fenomenológicos, su color, su textura y su expresión están ligados a la dimensión corporal.

De tal modo la pintura de Lucía es más cercana al icónudolos donde se manifiesta la presencia de Dios, más que de la abstracción o la caricatura: es espectral, es sombra de la verdad: recuerdos colectivos y sociales que se plasman en la construcción de color, de tonalidades y el proceso de hacerla también de pintar, despintar.

Es por eso que Vidales desdibuja la frontera dogmática entre painting (pintura) y picture (imagen) que el expresionismo abstracto había desarticulado en búsqueda de un lenguaje imperialista y que Vidales recupera a través del peso de la plasticidad y de crear imagen sin espectáculo, desgarrando la narrativa moderna articulada desde una complejidad psicológica para anclar posicionamientos metafísicos al generar una representación de lo monstruoso que puede ser todo.

Octavio Avendaño Trujillo

-Sí, no es una cabeza corriente, iba a decir-,

sino una cabeza que debe tener mucha carne y mucho hueso,

porque pesa tanto, que yo no la pude levantar con un solo brazo…

-¡Ah, qué regocijo hablar contigo que entiendes lo inexplicable! Si supieras lo que nos pasa.-

Miguel Ángel Asturias, Mulata de tal

Al platicar con Lucía Vidales sobre pintura, surge una conversación sobre el tiempo. Para la imaginación que navega en esta conversación, todo está de alguna manera sujeto al dilema temporal, a una fuente inagotable de relatos y de sedimentaciones que acompañan al ojo de la pintura. Es difícil hablar de este tiempo: de él viene un conducto entre cadáveres y apariciones, pero también viene el deseo de tratar al mundo, al arte, como un cuerpo vivo, o viviente, a merced de sistemas circulatorios y digestivos. En este tiempo están el instante más cruel y la única forma de consuelo, la vía de la erosión y de la acumulación; el origen de historias sobre humanos hambrientos de fantasmas y sobre la guerra entre todas las partes de todos los cuerpos.

Este tiempo, que es también el paso de la pintura y sus fuerzas, ocurre en dimensiones a la vez desmedidas y extremadamente discretas: compactos laberintos de neblina, incendios diminutos e instantáneos que consumen sólo al cigarro y la luz remanente de cuerpos a los que debido a Lucía, les ha de faltar ya todo, menos la sombra.

Christian Camacho